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  • Paulina Sallés Bastarica

¿Qué es la meditación?


Buena parte de lo que hoy entendemos como meditación proviene de la tradición budista, que fundamenta esta práctica en la premisa de que el estado natural de la mente es tranquilo y claro. Tiene diferentes matices, técnicas y énfasis de acuerdo a la tradición desde la cual se practique. Las tradiciones asiáticas; como por ejemplo, el budismo, Taoísmo, Zen, Vedanta, Yoga y otros, afirman que a través de la meditación se puede ir más allá de la superficie de la conciencia humana, y conocer la materia, el funcionamiento y la estructura de la conciencia en su estado original.

La meditación, entonces, entrena la mente para situarla en su estado natural e interrumpir el auto-diálogo interno. Con esto, no se está hablando de “poner la mente en blanco”, pues eso no es posible, sino en entrenar la mente, a través de la focalización plena de la atención en algún fenómeno, como puede ser, la respiración o algún objeto en particular, para alcanzar un estado mental calmo en el que pueda observarse con claridad el fluir de la mente.

Algunas tradiciones utilizan la repetición de mantras o la focalización de la atención en una imagen o un objeto externo, mientras otras, se centran más bien en los fenómenos que ocurren en el propio organismo. Estas distinciones tienen relación con los objetivos particulares y las teorías a la base de cada tradición.

Pero más allá de las particularidades, a través de la meditación se busca situar al practicante en un estado de consciencia que facilite la auto-observación, de la misma forma en que se observa a otra persona, advirtiendo cómo fluyen los pensamientos de manera incesante, del mismo modo que las nubes pasan por el cielo. De este modo, se llega a la consciencia de que no somos lo mismo que nuestros pensamientos y que éstos no son la realidad.

La meditación permite que nos transformemos, entonces, en observadores de nuestra propia mente. Sin embargo, esta auto-observación asume una cualidad primordial, que es el desapego y la no-identificación. Esto implica que podemos ver nuestros pensamientos, percibir nuestras sensaciones físicas y nuestras emociones sin identificarnos con ellas, sabiendo que no somos ellas y con plena consciencia de que, como todo en la vida, son transitorias, van y vienen.

En definitiva, la observación que se lleva a cabo a través de la meditación, permite que seamos conscientes de nuestros pensamientos, sentimientos y hábitos y del modo cómo estos fluyen y cambian de manera permanente. Facilita que los veamos con mayor claridad y así podamos hacernos cargo de nosotros mismos e intervenir en los ciclos negativos que, a veces por falta de conciencia, repetimos constantemente sin darnos cuenta.

Por ello, la meditación puede considerarse como un gesto interno, de amabilidad hacia nosotros mismos, que nos permite entender que no estamos obligados a actuar al ritmo de cada pensamiento, que podemos elegir. Posibilita, además que tomemos conciencia del momento presente tal cual es, en todas sus dimensiones, aceptando todo lo que se presente por el solo hecho de que está sucediendo, con una actitud interna de apertura.

La práctica constante y sostenida de esta disciplina contribuye en gran medida a disminuir el estrés, la ansiedad, los estados depresivos y los pensamientos negativos. Permite acallar la mente y observar, para ir modificando paulatinamente nuestros patrones de negatividad.

Al mismo tiempo, favorece la gradual extinción de la propia tendencia a enjuiciar y rechazar ciertos aspectos propios y de la vida en general, fundando un estado de aceptación de todos los aspectos y las contradicciones propias de nuestra existencia como seres humanos.

Si bien la meditación requiere disciplina e implica un compromiso con nosotros mismos, en la práctica es posible ver que es en este espacio donde podemos dejar de esforzarnos por que las cosas fluyan de un modo especial pues siempre, momento a momento, está ocurriendo algo especial en la conciencia.


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